El pasado sábado 28 de junio el icónico Teatro Leal cito en San Cristóbal de La Laguna se impregnaba del azahar del Sacromonte granadino, de la mano de dos grandes bailaores como son Alba Heredia y Rober «El moreno», que ya esa misma mañana nos habían maravillado con una masterclass donde trasmitieron todo su arte ancestral.

Con un teatro que colgaba el cartel de SOLD OUT unos días antes, se respiraba el ansia por disfrutar del flamenco más puro del Sacromonte granadino, cuevas que fueron cuna de artistas y bohemios, dando origen a las zambras. El espectáculo que presentaba José Heredia desde el Festival Flamenco Romí no solo no defraudaría, sino que dejaría al público en estado de éxtasis. Un espectáculo que de haber tenido una segunda sesión al día siguiente, de seguro volvería a colgar el cartel de SOLD OUT.

El escenario dispuesto con sus consabidas sillas de madera con asiento de mimbre y un sexto asiento que no podía ser otro que el cajón flamenco. Toman su sitio el reconocido Eloy Heredia a la flauta flamenca, le acompaña guitarra y trio de palmeros/voceros. Focos tenues para dejarnos arrastrar por la maestría de la guitarra, arrancando notas, armonías y percusión con certeros toques a la caja del instrumento, entran palmas y taconeos arropando la guitarra… cuando suena la flauta flamenca de Eloy, ya nos tienen ganados… y sale Rober «El moreno» al tablao.

Rober, bailaor madrileño y en los últimos años granadino de adopción, se distingue por buscar su propio camino en el baile, siempre mostrando un gran respeto por la pureza flamenca. Fuerza, intensidad, elegancia… todo en un personalísimo estilo. Sale al escenario a defender su toque con una fuerza y una concentración digna de alabanza. Su técnica, control y ritmo en el zapateado son hipnóticos, a cada muestra de su baile arranca aplausos y vítores del público del teatro. Al poco da paso a Alba Heredia, nacida en el Sacromonte, concretamente en la cueva de «La Rocío», es nieta de «La Salvaora» y el baile le nace desde bien pequeña, cuando con tan solo 4 años daba sus primeros pasos en la zambra familiar. Sale al escenario con vestimenta roja fusionándose con los focos que la bañan en luz. Uno ve todo el arte ancestral que arrastra de una de las dinastías más importantes del mundo flamenco como son los Maya. El toque, más pausado, pero infinitamente más juguetón, donde todo el cuerpo acompaña, especialmente la posición de las manos en un rito mágico e hipnótico.

Los bailaores se retiran del escenario para que el dúo de Eloy a la flauta flamenca y la maestría de la guitarra nos regalen varios clásicos. Vuelve Rober al escenario a darnos su traca final, a dar literalmente todo. Que taconeo, que dominio, la forma en como reta a guitarra o palmeros para que suban o bajen el ritmo a su voluntad… todo un portento del baile flamenco. Rober ocupa el cajón flamenco y como colofón aparece Alba con la vestimenta toda de negro. Tras unos toques y arrastres, Alba entra en éxtasis y casi poseída por el arte de sus ancestros, de todas las bailaoras precedentes y diría que hasta futuras de su dinastía, se deja llevar por el arte jondo en una suerte de contorsionarse, transfigurarse y dejar fluir el flamenco por cada fibra de su ser, con una posición de las manos tan fluido… que el público enmudecía por miedo a romper la magia. Eso señores, en un teatro abarrotado, es muy difícil de conseguir. ¡Menudo colofón! Bailaores y músicos fueron premiados con una larguísima (y merecidísima) ovación en pie. ¡Por qué el Festival Flamenco Romí nos siga regalando eventos tan cargados de magia como este!