Juan Francisco Fuentes, Bienvenido, Míster Chaplin. La americanización del ocio y la cultura en la España de entreguerras.
Taurus, 2024
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense (Madrid), Juan Francisco Fuentes se calza sus botas para emprender una ambiciosa ascensión: el estudio de la cultura popular hispana del primer tercio del siglo XX. Y lo hace sabiendo que el camino es el verdadero destino. No sigue el camino recto, sino que disfruta soslayándose por las diversas sendas que surcan las laderas, contemplando el paisaje de valles y colinas que nos rodean.
El pie de montaña se encuentra en la Guerra hispano-estadounidense y la corriente antiyanqui que recorre España. El canto del cisne del 98 de un imperio en escombros permite a nuestro guía determinar cómo, empleando lo que se conoce como soft power, Estados Unidos de Norteamérica ha logrado imponerse como referente cultural y social del planeta. Y este punto de inflexión ocurrirá justamente cuando termine otra guerra, la Gran Guerra como la conocerán sus contemporáneos. En esas charlas de montañeros, Juan Francisco nos va narrando como ese antiamericanismo era solo una manifestación de los intelectuales, ya que el pueblo ni había sentido la necesidad de morir en las tierras cubanas en 1898 ni buscaba “resarcirse” de supuestas afrentas a la patria. Tales eran las contradicciones existentes que la Dictadura de Primo de Ribera, que intentaba “españolizar” España, será la encargada de restañar esas supuestas heridas. En noviembre de 1923 se inaugurará un monumento en Cartagena a los caídos en las Batallas de Cavite y Santiago de Cuba con la presencia del rey Alfonso XIII y el embajador norteamericano. Había que congraciarse con los nuevos amos del mundo.
El cine y su corolario, el conocido como american way of life, se convirtió en la punta de lanza de la implantación en todas las capas sociales de la nueva cultura. Las películas norteamericanas, que poco a poco fueron ocupando un lugar preeminente en la cartelera de los cines hispanos, mostraban otra vida, otra cultura, otra filosofía, otro mundo.
Se emulaban poses, se imitaban peinados, se copiaban vestuarios. Se bailaba y cantaba lo que surgía en el otro lado del Atlántico, en muchas ocasiones por rebote al llegar las modas norteamericanas tras su triunfo en las grandes ciudades europeas: Berlín, Londres y la sempiterna Paris. El coche, el charlestón, el deporte, la cafetería, el chicle, el jazz… todo hablaba de esa Norteamérica que crecía a ritmo vertiginoso. Todos caían rendidos a sus pies, desde el emigrante que rápidamente se americanizaba incluso su nombre hasta el intelectual que viajaba a New York como si fuera la nueva Meca o Vaticano.
Tan profunda fue la huella que incluso los anarquistas imitaban las poses de los gánsteres de las películas, y en plena Guerra Civil, una fábrica de juguetes de la CNT se anunciaba empleando como reclamo al Pato Donald. Y aunque la segunda dictadura en España, en el siglo XX, venía de nuevo a españolizar el país frente a esos “bárbaros yanquis”, esas fiebres les duraron el tiempo en que la balanza del destino parecía inclinarse hacia la Alemania nazi. Porque rápidamente, en 1942, abrieron las puertas a Hollywood y sus producciones, verdaderos antecedentes del gran título de Fernando Vizcaino Casas, De Camisa Vieja a Chaqueta Nueva. El “maléfico” cine americano se transformaba en casi agua bendita. Hollywood, esa fábrica de sueños, servirá para mantener embelesadas a unas masas famélicas que solo podían soñar con el lujo por medio del celuloide.
Se atribuye al presidente de Estados Unidos Herbert Hoover, una frase que refleja perfectamente como ha sido la coca-colonización del mundo: “Donde penetran nuestros films, vendemos el doble de gorras, automóviles y gramófonos americanos. Conseguiremos que el mundo acabe por pensar como nosotros.” No existe mejor frase para escribir en la piedra que dejaremos como recuerdo de nuestro paso por esta cumbre.
Por cierto, si una ascensión tan placentera te resulta agotadora, el autor nos deja un tique para tomar un teleférico directo al pico, por medio de un epílogo resumen de todo el libro en unas dieciocho páginas. Pero… ¡ay!, que aburrida e insulsa sería la vida si no tuviéramos tiempo para deambular por las trochas y veredas de un libro.







