viernes, noviembre 22, 2024

Gálvez: “Pompeia era crítica pero no agresiva, fue testigo de cómo crecieron las semillas que plantó en un desierto”. Por Noé Ramón

La figura de la dibujante Núria Pompeia en vez de diluirse con el paso del tiempo sigue siendo reivindicada como la primera mujer que se dedicó al humor gráfico en España con el doble mérito de hacerlo desde un punto de vista feminista. Entre aquellos que se han empeñado en  mantener vivo el legado de la autora está José Gálvez quien se desmarca un tanto de la biografía habitual de las personas relacionadas con el mundo del cómic. Por ejemplo, es economista, también ha ejercido de sindicalista y en cuanto a las viñetas ejerce de crítico y elabora guiones. Pero sobre sus incursiones en el mundo del dibujo, que también las ha habido, irónicamente dice que prefiere mantener una cierta distancia “para no faltarle el respeto a los verdaderos dibujantes”.

Hace unos días participó en la apertura de una exposición en la Sala del Parque García Sanabria organizada por la Fundación Canaria Cine + Cómics dedicada a la figura de Núria Pompeia y ofrecer una conferencia sobre esta inusual creadora cuyo nombre real era Nuria Vilaplanta Buixons.  

En la muestra se explica gráficamente su estilo centrado en el humor gráfico de tintes irónicos y sarcásticos a la hora de abordar la situación de la mujer en los años sesenta y setenta y en muchos sentidos también en la actualidad. Gálvez cree que la autora es responsable de haber introducido “innovaciones, muy interesantes”, en el mundo de las viñetas, la principal de ellas que lo hiciera una mujer, algo impensable cuando comenzó su andadura.

El crítico también resalta la forma en la que su obra relata una época determinada y convulsa, como es la Transición dado que sus inicios se sitúan en 1967 y continúa como dibujante hasta 1983. A partir de esta fecha se dedica a escribir libros y participar en programas televisivos. En 1991 vuelve de forma fugaz a la viñeta colaborando en la revista de Instituto Vasco de la Mujer. Su muerte tuvo lugar en 2016 con 85 años, de los que los últimos los pasó sumida en alzheimer.

Gálvez cree que su obra es “absolutamente actual” y que muchos de los problemas que abordaba, de forma siempre irónica y con sarcasmo, siguen repitiéndose aunque estima que también se sentiría satisfecha de ver cómo se han conseguido muchos avances para las mujeres. 

Pompeia nació en 1931 en Barcelona, con lo cual cuando se decide a dibujar, había superado la treintena, estaba casada y tenía cinco hijos y pese a provenir de una familia con recursos apenas pudo estudiar Artes y Oficios en la capital catalana. Con lo cual su autentica experiencia en aquellos momentos era ver como las mujeres tenían que sobrevivir en un mundo hecho para y por los hombres en las que se les relegaba al santuario de su hogar. Y es precisamente ese el trasfondo de su obra; abordar con ironía y sarcasmo las obligaciones femeninas que consistían en ser madres, ocuparse en exclusiva de asuntos domésticos, de los hijos, del marido y de otras tareas que desde luego no dejaban mucho espacio para la creatividad.

En este panorama resulta impensable que se atreviera a dar el salto sin red a un territorio vedado para las mujeres en aquellos años donde aún estaba vigente la pena de muerte o la censura. El despertar lo sitúa su familia en los viajes a Ibiza, una especie de burbuja intelectual y un paraíso de las libertades, donde toma contacto con personas que tienen una mentalidad muy distanciada del pensamiento rancio que imperaba en España. Su familia era dueña de una pequeña editorial que con el tiempo se transformaría en Kairós que aún sigue en pié, dedicada entonces al pensamiento oriental, “lo que también ayudó en este proceso de cambio”, dice Gálvez.

“Es fácil imaginarse que en ella surgió la inquietud de prepararse y expresarse de alguna manera” y lo hace por medio del dibujo, cuyo resultado no parece gustarle mucho, al contrario de lo que ocurre con los guiones donde demuestra una importante capacidad de comunicación. El resultado es que Pompeia es la única mujer que se dedica al cómic en aquellos años hasta que con el tiempo se irían subiendo de forma paulatina a este tren otras autoras como Montse Clavé.

Gálvez cree que Pompeia, “dominaba perfectamente el lenguaje de la ironía y aborda la situación de la sociedad con una especial incidencia en la mujer porque plantea problemáticas exclusivas de ellas”. Su primera obra lleva el expresivo título de Maternasis, y está compuesta por ilustraciones que ocupan toda la página y abordan la maternidad desde un punto de vista radicalmente distinto al que era la ineludible norma entonces. Huyendo del nacional catolicismo imperante en aquella época la autora habla sobre el embarazo reconociendo la inseguridad que puede provocar e incluso asumiendo el rechazo que es posible sentir al convertirse en madre. Esta novedosa línea argumental sería una constante a lo largo de su carrera viendo a veces a los hijos como una limitación en el desarrollo de las mujeres.

Comienza a trabajar en la revista Triunfo que por aquellas fechas tenía una sección dedicada al humor que ella tituló como Metamorfosis en la que introduce una llamativa propuesta. Plantea una imagen que va cambiando de forma progresiva hasta convertirse en algo diferente a lo inicialmente reflejado. Por ejemplo, dibuja a unas mujeres que van al mercado que al final poco a poco se convierten en gallinas camino al corral o una reunión en un partido de fútbol que acaba transformándose en una ceremonia de fieles que adoran a un santo en forma de jugador.

“Es una idea maravillosa que se ha practicado muy poco y que ella fue la primera en utilizar con el doble mérito de haberlo hecho en aquellos años y que se enmarca en su línea de describir lo que ocurre en la sociedad de una forma crítica e irónica”. Todo un bofetazo en la cara de la sociedad pero sin que los lectores apenas se den cuenta y consiguiendo “desnudar determinados comportamientos a través del humor”.

Edita novelas, entre ellas, una en la que se reflejan varias generaciones de mujeres titulada ‘Y fueron felices y comieron perdices’. Trabaja con Manuel Vázquez Montalbán en la saga La educación de Palmira, que luego saldría en formato libro y que quizás sea su obra más significativa. La serie habla sobre una joven que físicamente no tiene los rasgos típicos de una mujer y que le sirve para explicar lo que ocurre a su alrededor y hacer una crónica sobre el surgimiento del movimiento feminista. 

     “Es curioso porque me he encontrado con muchas mujeres que confiesan que leían estas viñetas y otras más jóvenes que vieron como lo hacían sus hermanas mayores. Para mi es el libro rojo de Mao porque era fácil de leer, planteaba una serie de ideas nuevas y tuvo una difusión muy importante. Creo que ocupó un papel muy destacado en el despertar de la conciencia de aquellos años”.  

     Por ejemplo, en el último número cuando Palmira se va a casar dice un “no” rotundo a la pregunta de si desea compartir su vida con quien iba a ser su marido y acaba saliendo de forma apresurada de la iglesia.

    Otra obra suya de humor gráfico será Mujercitas en la que ya asume también las riendas del guión de forma plena. 

   Curiosamente no tuvo problemas con la censura aún viva en los estertores del franquismo pero sí se vio obligada a moverse en un escenario social que no era el más apropiado para propiciar creaciones de este tipo y escarbar en su propia personalidad. 

     “Tenía la capacidad de ver las cosas más cotidianas como el papel de la mujer durante las navidades con toda su interminable lista de obligaciones, hasta el punto de confesar que se alegra cuando terminan”. O por ejemplo, Gálvez resalta una viñeta en la que una de las protagonistas admite que no sabe a quién votar porque no conoce a ninguno de los candidatos, a lo que la otra le responde que ella tampoco porque los conoce a todos.

   Gálvez no llegó a conocerla personalmente debido a su enfermedad y  por lo tanto el acercamiento a su figura lo tuvo que hacer por medio de su familia que acogió como una agradable sorpresa que se valorara la faceta creadora de su madre. Este crítico no duda en situarla al mismo nivel que otros genios del humor gráfico de aquella época y con una repercusión similar como Chumy  Chúmez. Por ello, no es extraño que durante los últimos años su figura esté siendo cada vez más reivindicada, por las mujeres, aunque no exclusivamente.

Sus contactos con el underground por motivo de edad y temática fueron muy puntuales y prácticamente se limitó a colaborar con la revista Butifarra. 

     Desde 1983 publica una serie de reflexiones sobre si en España se ha producido “un cambio o un recambio” e introduce cuestiones novedosas en aquellos tiempos como la ecología o las relacionadas con una Europa que prometía ser una especie de El Dorado tras los rigores del franquismo. A partir de entonces su pensamiento más que cambiar, en realidad se expande hacia otras asuntos al estilo de adopción de nuevos roles dentro de la familia, en lo que ella tuvo mucho que ver.

     Gálvez cree que la autora utilizó el dibujo como un medio de defensa y que con el paso del tiempo vio con satisfacción que las nuevas generaciones asumieran los puntos de vista que ella defendió de una forma innovadora y en solitario. “Era crítica pero no agresiva y fue testigo de cómo en medio de un desierto crecieron muchas de las semillas que ella plantó”.

A partir de 1983 dejó de dibujar por el progresivo descenso de ventas  e incluso desaparición de las revista de humor gráfico y asumió con resignación que sus propuestas no encajaban en las publicaciones que aún sobrevivían. Prefiere entonces dedicarse a hacer programas de televisión o escribir libros y artículos, dentro de una vocación y deseo claro de comunicarse. “Ella dominaba muy bien el lenguaje, tanto por medio del dibujo como a través de la palabra y por lo tanto siguió siempre intentando llegar al público de una manera o de otra”.

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