Una delicia audiovisual de principio a fin, el último film de Scorcese ratifica la buena cosecha en este segundo semestre. Mas deudor quizá, de Coppola (El padrino) y de Leone (Erase una vez en América), la odisea de Frank Sheeran (un felizmente recuperado Robert De Niro), veterano de guerra y camionero, que pasa a guardarle las espaldas a Jimmy Hoffa (desatado y acertado Al Pacino), por mediación de un capo (comedido y magistral Joe Pesci), es una película rio, ciclo vital que abarca varias décadas durante tres horas y media, y que no desfallece en ningún momento. El ritmo parsimonioso en modo alguno lastra la narración, pues caracteres y trama se desarrollan con una precisión y exquisitez dignas de su director. Esta vez no nos bombardean con rock y montaje frenético, pero la estela de Malas Calles, Uno de los Nuestros, Casino…está allí, pues tras su brillante etapa con Di Caprio (sumamos pues Gangs of New York, e Infiltrados), esta crepuscular reunión de amigos se antoja imprescindible. Un Sin perdón gangsteril que es una oda a la lealtad (o ausencia de ella), a la mirada moral (representada en este caso por el callado personaje de su hija, una eficiente Anna Parquin) y al paso del tiempo que solo cicatriza los pecados del pasado. Antología memorable, pues, del cine de género según su director, que vuelve a contar con viejos conocidos: Stephen Graham, ya presente en Infiltrados e inolvidable Al Capone en Boardwalk Empire; Bobby Cannavale, carismático protagonista de Vinyl, y el legendario Harvey Keitel, fetiche del realizador desde su primer film. Robbie Robertson, colega lisérgico de antaño y excepcional guitarrista de The Band, se encarga del Score.
En cuanto al polémico lifting digital del elenco protagónico durante la primera mitad, hemos de decir que cumple su objetivo, pero no termina de funcionar, pues, en los primeros diez minutos te saca un poco y parece que estés viendo Tintín (hablo de la horrible adaptación Spielbergiana, no del sensacional comic de Herge), pero tampoco es el cante constante que se da en los continuos rejuvenecimientos Disneyanos, por ejemplo.
No es una obra maestra, pero es la segunda mejor película del año para quien esto escribe. Un pedazo de vida hecha celuloide (en formato digital), cine de altos kilates con set pieces como la reunión con Tony Pro, el último encuentro de Jimmy y Frank, o todo el tramo final, tan emocionante como emotivo. Y es que Marty sigue moviendo la cámara como nadie, y no hace falta que Sheeran apriete el gatillo para volarte la cabeza.
Majestuosa