El médico me ha prohibido el café, los puritos, las comidas copiosas y la coca cola zero. Desprovisto, pues, de tan atractivos estímulos, me niego a pasar por la vida como un perdedor, un anodino y mediocre escritor de tercera división. Sin ciertos aditivos, la inspiración fenece. Mejor: así me despojo de tanta responsabilidad. A mis veintiún años seré recordado como una promesa de la literatura a la que un infame matasanos condenó al suicidio… tomando este vaso repleto de cicuta.

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